Había una vez, en un pueblo mágico del estado de Puebla, una chica que trabajaba en la difusión turística. Sus días estaban repletos de cultura, con artesanías e indumentaria tradicional mexicana.
Su trabajo le encantaba y lo disfrutaba de sobremanera porque todos sus conocimientos culturales, los compartía con orgullo, tanto con nacionales como con personas extranjeras. Debido a esto ultimo, el uso de los idiomas era necesario, así que continuó preparándose con cursos complementarios de lenguas.
Un día, le surgió la idea de viajar para compartir la riqueza cultural de su país con el mundo. Nada relevante pero algo que quería experimentar por sí misma. Tenía la ilusión de dominarlo todo, pero tal vez en términos más románticos. Entonces, tomó esa idea y la plasmó en un gran sueno, y aunque nada era secreto, lo fue planeando sigilosamente hasta que encontró el destino perfecto.
Afortunadamente, ya había tenido la oportunidad de viajar fuera de México, por lo que se puso a ahorrar dinero y a pasar tiempo de calidad con su familia, de regreso a casa de sus padres en Hidalgo.
Después tuvo un toque de suerte, una visa para menores de 29 años, con la oportunidad de vivir, trabajar y estudiar en este nuevo país. Para obtener la visa, solo debía presentar documentos precisos como comprobantes de ingresos, certificado de estudios y certificado médico, y por supuesto una carta donde expresará sinceramente el motivo por el cual desea obtenerla. La espera fue corta y en menos de dos meses la chica llegó a Francia.
El resto del microcuento es historia y esa chica evidente soy yo. Y les cuento esto porque después de casi un año y medio de no poder viajar, ahora es posible debido a que la embajada de Francia está otorgando nuevamente este tipo de visas.
De hecho, una de mis amigas acaba de obtenerla y estoy muy feliz por ella. Así que si su sueñoes algo parecido al nuestro, este es el momento