En el año de 2009, Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, escribieron un libro que llevó por título Un Futuro para México. En ese texto los dos analistas disertaron sobre la carencia de una prospectiva en nuestras políticas públicas.

Según ellos, este país ha sido preso de su historia y sus viejos fantasmas no le permiten avanzar hacia adelante, con la fluidez de otros países similares. El ensayo se presta a una buena reflexión en puntos muy específicos, por ejemplo, en la política exterior.

En este particular, se puede leer lo siguiente: “México tiene su corazón en América Latina, pero tiene su cartera, su cabeza y la undécima parte de su población, en América del Norte. La afinidad latinoamericana es del corazón, de la cultura y del idioma, no de los intereses económicos ni de la densidad humana de la relación. El destino de México se ha jugado desde el siglo XIX y se juega hoy más que nunca en América del Norte. De ahí la necesidad no sólo de una agenda de política exterior sino de una decisión estratégica de pertenencia a esa región, desprovista del doble discurso de siempre o del engaño. Se trata de una definición nacional, necesariamente consciente y transparente”.

Al paso de 12 años, esta argumentación parece tener sentido en la visita que hace el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador con su homólogo estadounidense, Joe Biden, en la Casa Blanca. Dicho encuentro bilateral, fue la antesala para celebrar un encuentro con los tres mandatarios de Norte América.

Quién diría que los actuales críticos del gobierno (Castañeda y Aguilar Camín), con sus textos pasados, marcarían una línea a seguir en la política exterior del actual presidente, que lejos de caer en una visión ideológica de antaño, lo motiva la praxis política de mirar hacia el norte y pavimentar nuevos derroteros con el bloque económico más importante del mundo.

De esta manera, se entiende que el Primer Mandatario mexicano, celebrara reuniones por separado con sus homólogos a fin de consolidar otros temas (además de lo económico) en la agenda, como la reivindicación de los pueblos indígenas y una mayor integración entre los países del norte. En este sentido, ahora el Gobierno de México, buscará llegar a acuerdos en materia de salud, economía, seguridad y migración.

En el marco de la Cumbre de Líderes de América del Norte, López Obrador muestra agudeza y oficio. Porque hace poco el presidente de México, mantenía una fluida comunicación con Donald Trump. Incluso, sus expresiones fueron muy cercanas a los halagos. Siendo que la dinámica política en Norteamérica, era ríspida porque el proceso electoral que aquella nación polarizó las posturas de Trump y Baiden.

Los doctos en la materia sostenían que la relación bilateral, se dañaría a niveles insospechados por la falta de apoyo anticipado en aquella contienda electoral. Pero AMLO supo esperar y tejer fino. Ahora llega a esta cumbre con una narrativa específica (propone acciones), que pueden ser admitidas o desdeñadas, pero bajo el brazo hay un discurso propio y una visión de mundo.

En esta segunda gira por Estados Unidos, el presidente mexicano parece entender bien el concierto de las naciones del norte. Se convierte en una especia de mensajero de la dinámica política y social de los pueblos de centro y Sudamérica para comprometer a las economías más pujantes del continente a no ser omisas ante una realidad compleja.

Les advierte que no existen muros capaces de contener el flujo migratorio, si en los países de origen se mantienen las condiciones de pobreza y desigualdad y pone a consideración el programa sembrando vida como detonador de fuentes de empleo y compromiso con el medio ambiente, entre otras acciones.

Esperemos que estos encuentros marquen el inicio de una nueva etapa en las relaciones bilaterales, donde la alta política sea la regla.

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