Dentro del paradigma de los partidos políticos existen dos denominaciones ampliamente conocidas, pueden ser partidos de sectores o de masas. La primera categoría, obedece a un partido ordenado por gremios o sindicatos y la segunda, a un instituto sin facciones o grupos.
En este sentido, México experimentó, desde la etapa postrevolucionaria, un modelo sui géneris en la conformación de su sistema de partidos. En sus albores, el PNR fue un partido aglutinador de liderazgos locales, en 1938 se transformó en un partido de sectores y su denominación cambió a PRM, más tarde su organización interna lo hizo regresar a su origen de masas.
Otros partidos políticos en México, no han tenido esa etapa de maduración. Por ejemplo, el PAN tiene rasgos muy específicos de identidad. Lo conforma, en general, la clase media, conservadora, católica y que radica en el norte.
En este sentido, dentro de Acción Nacional no se consolidó otro grupo que no fueran los empresarios o gente de negocios, que encontraban un escaparate político en las filas del blanquiazul. Pero ellos, no tenían que competir con nadie más. Eran y todavía lo son, el grupo hegemónico.
En otros partidos, las cosas se sofistican por la diversidad de expresiones al interior. Ese fue el caso del PRD, donde desde un principio confluyeron ex priístas, marxistas, leninistas y otras expresiones que no pudieron convivir por mucho tiempo.
Ahí la lucha interna se convirtió en la principal causa de sus fracturas. Ese partido, sin embargo, en su primera etapa se convirtió en una balanza de poder para el régimen. Fue el primer bloque opositor fuerte en las esferas legislativas (cámara de diputados y senadores) y en algunos espacios de poder (Cd. de México).
De estas enseñanzas quedan algunos aprendizajes. El primero de ellos, es que un partido político debe ser considerado un ente vivo y en pleno desarrollo. Es decir, tiene que cumplir con la función de ser intermediario entre sociedad civil y clase política.
Siguiendo esta lógica, los partidos que no se adaptaron a las nuevas exigencias, son los condenados a perder cada vez más influencia. Léase, los que se quedaron en una lógica de representar a todos los sectores (PRI), o en su defecto, ser voz de un solo sector (PAN).
Ahora, los tiempos reclaman institutos que sean formadores de nuevos liderazgos, que no pretendan monopolizar la voz de nadie y que sean espejo de nuestra diversidad. Es por eso que Morena toma con seriedad esta lección.
El partido guinda emprende quizá el mayor de sus retos. Consolidar la democracia interna en un proceso, donde se elegirán a diez consejeras y consejeros en los 300 distritos electorales federales. De ese universo, saldrán liderazgos que tendrán una amplia influencia en la elección de candidata o candidato a la presidencia en 2024.
Eso ocurrirá el próximo 30 de julio, donde se pondrá a prueba la civilidad interna en este partido – movimiento, que se ha mantenido muy ocupado desde su formación. De hecho, como parte de una estrategia para que los militantes o simpatizantes no dejen de ejercer su ciudadanía, a través de elecciones directas (juicio a expresidentes y revocación de mandato), elecciones constitucionales donde todos apoyan a todos y jornadas nacionales de información (reforma eléctrica y política).
De esta manera, el partido guinda trata de “conectar” con diversos sectores, representar a los que no han tenido voz gracias a sus métodos originales (tómbola) y abrir sus procesos internos con ejercicios como el mencionado donde cualquiera se puede inscribir para ser consejero.
Vale la pena observar al interior al partido electoralmente hablando más ganador de los últimos tiempos. Esa maquinaria necesita formalizarse y en ese proceso, estarán trabajando en los siguientes días. Hay dos posibilidades, se fortalece el partido y con ello, la visión de hacer más robustos los mecanismos democráticos al interior, o bien, se comprueba que las élites partidistas deben concentrar las decisiones y mantener una aparente disciplina.