Por Arturo Hernández Cordero

El pasado fin de semana tuvo lugar en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, una de las tragedias que mayor tensión política ha generado entre Estados Unidos y México, cuando cuatro ciudadanos estadounidenses fueron atacados por un comando armado, ligado al crimen organizado y privados de su libertad.
Este hecho generó que el Congreso de los Estados Unidos urgiera al Presidente Joe Biden, en declarar como grupos terroristas a las organizaciones criminales en México, para posteriormente ser combatidas por medio de las fuerzas estadounidenses.
De inmediato, el Gobierno de México rechazó la propuesta injerencista promovida por los republicanos en Estados Unidos, y las autoridades estatales de Tamaulipas, presionadas y a la vez apoyadas por el FBI, emprendieron la búsqueda de los cuatro ciudadanos estadounidenses, quienes fueron localizados el día martes (dos de ellos fallecidos, y los otros dos heridos pero aún con vida).
Si bien, el caso aún no ha sido esclarecido del todo y el Gobierno de Joe Biden ha tratado de calmar los ánimos con respecto al tema. Lo cierto es que cada vez son mas las voces en el escenario político estadounidense, que solicitan una intervención militar en México, debido a la corrupción y falta de combate al crimen organizado por parte de las autoridades mexicanas, que en palabras de ellos, suponen una amenaza para los ciudadanos estadounidenses.
Amagar con intervenir militarmente a México y violentar su soberanía, es una postura cuestionable por parte de los Estados Unidos, como también lo es su renuencia en aceptar su culpabilidad en la complicada situación de violencia que vive México, al ser el mayor consumidor de estupefacientes en el mundo y el principal proveedor de armas para el crimen organizado.
Sin embargo, para Estados Unidos resulta mucho más rentable en términos políticos, culpar a únicamente a México del problema de la inseguridad; y desafortunadamente, hechos como este o el reciente juicio en contra de Genaro Garcia Luna, no han hecho más que dar pié a la radicalización de las posturas de varios políticos estadounidenses con respecto al tema.

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