Por alguna extraña razón, algunos mexicanos han encontrado divertido distinguirse en las justas deportivas por su nivel de algarabía y estupidez. En los mundiales de fútbol como en las olimpiadas, los compatriotas se enorgullecen con la categoría de los peores portados.
A los mexicanos se le ve en todos lados bailando, gritando, tomando, haciendo travesuras al por mayor solo por el gusto de ser vistos o ser el alma de la fiesta. Lo anterior, porque sabemos que en la competencia tenemos nulas posibilidades de brillar. Por tanto, en el ambiente, somos los número uno.
Campeones consagrados del vale madrismo, los nacionales echan a volar la imaginación. Somos capaces de viajar miles de kilómetros con máscaras, sombreros, disfraces y cuanta cosa sea necesaria para alimentar la sinrazón.
Con esa fama de chistosos, sin embargo, queremos buscar un lugar en el mundo. Deseamos ser referente en otros aspectos de la vida, pero al final del día nos gana la voluntad, lo liviano, lo informal; y en consecuencia, preferimos repartir tequila y desafiar a todos en los niveles de alcohol.
No está nada mal que tengamos muy alegre el espíritu, pero quizá ese comportamiento sea un caparazón. Un mecanismo de defensa para no tomar en serio que dentro de un esquema de competencia, son muy frecuentes nuestras derrotas.
Tenemos una larga lista de tropiezos en lo histórico, social, económico y deportivo. Esos continuos fracasos no son canalizados como deberíamos. Lejos de eso, construimos, sofisticados mecanismos de humor, para seguir haciendo leve nuestra existencia.
Quizá las locuras de unos pocos, no alcanza para dimensionar la naturaleza del mexicano en el extranjero, pero es retador y hasta divertido cuestionarse que van a hacer ahora los paisanos por medio oriente, de qué manera nos van a avergonzar, que reglas van a desobedecer, en qué lio se van a meter los connacionales.
Ocultos entre multitudes anónimas, los que hicieron el viaje a Qatar tienen una doble misión. Apoyar a la selección nacional pero también desafiar a todos los presentes, para que se tenga claridad que en México podemos hacer de todo y sin medida.
Con esa imagen internacional, es difícil mantener un lugar destacado en el mundo. Porque en muchas cosas deberíamos marcar una diferencia. Sin embargo, lo hacemos por el lado más socarrón, el más ligero.
Pasará este mundial como los anteriores, para México una participación apenas pasada por la medianía. Con eso será suficiente para que dentro de cuatro años, volvamos con las pilas recargadas y llenos de nuevas fórmulas para reír.
Lo anterior, muy probablemente, sin motivos suficientes, porque en nuestro territorio los problemas siguen siendo los mismos.