Los fines de semana son para relajarnos, para disfrutar del tiempo libre a solas o con la familia, y para realizar actividades que no alcanzamos a hacer durante la semana. En la cotidianidad, existen infinidad de actividades recreativas para hacer y compartir el tiempo, pero considero que ir al cine es el pasatiempo clásico por excelencia.
Basado en estudios psicológicos de los últimos años, ir al cine produce una estimulación especial en las personas, que incrementa los niveles de dopamina y gracias a los neurotransmisores, sentimos esa percepción de felicidad, plenitud y regocijo (Ghirelli,2019). Por ese motivo, la magia del cine se basa en momentos agradables y sumamente sensoriales, esto es que no solo se disfrutan los estrenos de las películas a través de una gran pantalla y sillones cómodos, sino que además el acto lo acompañamos inevitablemente, del delicioso aroma a palomitas y dulces.
Hoy en día las palomitas de maíz están directamente relacionadas con ir al cine, pero no siempre fue así. De hecho, en los inicios del cine los espacios eran grandes, tipo teatro y ópera, por lo que únicamente las personas vestidas de gala y con dinero, podían asistir.
Para el cuidado del lugar y la limpieza no se ofrecían alimentos, a decir verdad, el uso de la boca y las manos era prácticamente nulo, pues todo era en silencio para disfrutar de las imágenes del cine mudo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, se introdujo el sonido a las películas y el cine abrió a todo el público. Algunas reglas se modificaron, como por ejemplo los estándares de etiqueta en la vestimenta, y en cuanto a los alimentos lo único permitido al ingresar, eran pequeñas bolsas de golosinas y “cucuruchos” de palomitas, que se vendían en los puestos fuera del cine.
En ese sentido, no paso mucho tiempo para que los dueños de las salas, se percataran de esa área de oportunidad e introdujeran el negocio de las palomitas de maíz. directamente en sus salas. De esa manera lograron saciar las largas sesiones cinematográficas con un producto barato, al gusto de todos y fácil de conseguir en la época.
En México, estamos acostumbrados al aroma de mantequilla y sal en las palomitas de maíz, y como nos encanta también el drama de las sensaciones gustativas y el picante, la salsa y el limón sobre las palomitas no pueden faltar.
Bueno, esa podría ser mi descripción más mexicana de unas palomitas, pero lo curioso es que no en todas partes se disfrutan como lo hacemos nosotros.
En Francia hay muchos cines, pero por ejemplo, la primera vez que fui a un cine en París, fue a una “premier” matutina en el “Cinéma MK2 Bibliothèque”, que es el cine situado entre la Biblioteca François-Mitterrand y las vías de la estación de Paris-Austerlitz en el distrito 13.
Un lugar rodeado de estudiantes internacionales y cerca de nuestro “brunch dominical”. Esa, mi primera vez en un cine parisino, estábamos tan emocionados por ver la película, que nadie compró palomitas. ¡Qué ironía!
Pero bueno, aprovechando el vocabulario mencionado y mi amor por la lengua francesa, les comparto que la palabra “premier”, es una adaptación gráfica de la voz francesa “première” que significa primera, y en el ámbito cinematográfico, quiere decir primera proyección de una película.
Asimismo, los “MK2” son populares en Francia porque son una sociedad que fomenta la cultura mediante la producción, distribución y exhibición de películas. Dicho con otras palabras, une al cine de autor con las películas comerciales y los eventos culturales. Su nombre es por las iniciales de su fundador, Marin Karmitz.
Las siguientes veces, y la razón por la cual estoy escribiendo este artículo, es por un recuerdo de cuando mi amigo Iván y yo, aprovechábamos nuestros días libres para ir al cine en París. Con él visitaba otro cinema que nos quedaba cerca del trabajo y a mitad de camino, entre casa y casa, “UGC Cine Cite les Halles”.
Este cine era interesante porque era subterráneo, además de estar cerca de la piscina y el centro comercial, pero lo más trascendente es que se considera como el primer cine del mundo en términos de espectadores. Realmente la historia es muy interesante, pero eso se los contaré después.
En cuanto a las palomitas, en el cine eran muy caras y la mayoría de las veces comíamos antes de la función, por lo que no las disfrutábamos como se debía; lo curioso es que casi nadie comía en la sala, los parisinos se dedicaban a ver la película sin interrupciones, mientras que nosotros estábamos acostumbrados al ver y masticar. Y no, no hay salsa para acompañar, a veces nos ofrecían vinagreta o queso, pero no es igual.
Al finalizar las funciones casi siempre visitábamos un bar cerca, gastábamos nuestros euros en un poco de cerveza y vino, y discutíamos de los comportamientos que nos diferenciaban de los franceses, por ejemplo las palomitas de maíz, como un medio de unificación cultural.