No sé si les pasa como a mí, pero muchas de mis buenas historias han surgido en momentos inesperados, a veces incluso con personas desconocidas que después se vuelven buenos conocidos y así más historias.
Bueno, en una de mis tantas anécdotas, quedé invitada a pasar unos días en Finlandia gracias a un pedacito de pan mexicano. Tal vez fue la manera en la que me lo estaba comiendo o la forma diferente de la panadería francesa, pero aquí les va la historia…
Normalmente, el ambiente de trabajo en el restaurante “Itacate” estaba basado en música, mucha plática y mucha risa; y cuando en el turno matutino nos tocaba trabajar a puras mujeres junto a la chef, surgían infinidad de cosas por hacer.
Recuerdo que fue en el mes de Noviembre, cerca del “Día de muertos” cuando mi jefa estaba poniendo su ofrenda en la sala de la planta baja del restaurante y se le ocurrió que hiciéramos hojaldras.
Si no están muy familiarizados con la panadería mexicana, las hojaldras son unos panes circulares que suelen comerse durante las fechas de muertos y llevan en su decorado, formas que simulan los huesos espolvoreadas con un toque de azúcar morena.
Con esto es importante mencionar que la chef siempre nos consentía con buena comida y estos panes fueron un detalle para nosotros los colaboradores del restaurante. Fue entonces que durante la famosa pausa de medio día (la pause midi), se comenzaron a hornear las hojaldras.
Hicimos nuestra rutina de limpieza para después comer juntos y el postre sería efectivamente una hojaldra y café. Recuerdo que ese día hacía mucho viento y también que había comido mucho, y como había planeado descansar un poco junto al río, guarde mi pan, tomé mi libro y durante cuatro horas, me fui a contemplar los paisajes del otoño parisino.
Uno de mis sitios preferidos que solía visitar durante las pausas de trabajo, era el Río Sena, principalmente los “Quai” cercanos y el “Pont Neuf”.
Y es que para describirlo rápidamente, en este lugar puedes encontrar de todo: estación de bicicletas, bancas, fuente de agua potable, jardines, pequeños bares, amacas y todo lo que puedas imaginar para descansar muy placenteramente, además de los peculiares edificios haussmanianos alrededor.
Entonces llegué al sitio, busqué una banca solitaria y comencé a leer. Recuerdo que estaba en los últimos capítulos de “Almost french”. Sentía el frío en mi rostro y el viento que hacia volar mis cabellos. Con una mano tomé la pequeña hojaldra y comencé a comer.
Dicen que las penas con pan son buenas, pero para mí cualquier momento es ideal para disfrutar de un pan. Y justo esa hojaldra le dio ese toque dulce y calientito, con sabor a hogar que me hacía recordar México.
Fue en el último trozo cuando una mujer se me acercó. Lo primero que me preguntó es si hablaba inglés, así que me tomé unos segundos para pasarme el bocado y responderle que sí. La mujer me preguntaba que dónde había comprado mi pan, pues estaba sentada a unos pasos de mí con sus dos hijos y al verme disfrutar tanto, a su pequeño se le había antojado.
Cuando dijo eso, al principio me dio un poco de pena pues nunca me he observado comer pero también desee no haberme acabado el pan, para poder compartir con ellos un trozo.
Le expliqué lo que era y de dónde lo había sacado, y después de una tierna sonrisa empezamos a platicar. Me contó que habían decidido tomarse unos días en Paris, porque su hija estaba tomando clases de francés en la escuela y sería una buena oportunidad para practicar.
Tenían un par de días ya por la ciudad, pero querían visitar otras cosas fuera de lo regular. Así que les di recomendaciones. Resultó que ella en su juventud siempre quiso aprender español y esperaba visitar México pronto.
Agradeció la amabilidad de mi persona, me felicito por mi trabajo, por mis estudios y decidieron cambiar sus planes para poder cenar esa noche en “Itacate”.
Después me puse a hablar un poco de francés con la hija y a intercambiar palabras en español con ella. Antes de terminar la semana ya me habían invitado a pasar unos días con ellos en Finlandia. Así que si no hubiera trabajado en Itacate, no hubiéramos hecho hojaldras y no hubiera decidido comerme el pancito en la pausa, no los hubiera conocido. Pero los “hubiera” no existen y el destino