En una de sus categorías de análisis los renombrados politólogos Almond y Verba, identificaron una orientación dentro de la cultura cívica de las personas. Se referían a la clasificación parroquial cuando en las sociedades no hay una especialización de los roles políticos, por lo que la organización se hace con base en tradiciones.
La cultura subordinada surge cuando las personas están conscientes de la especialización de la autoridad gubernamental, pero guardan una relación pasiva hacia ella y, finalmente, la cultura política participante es aquella en la que los miembros de una sociedad se encuentran explícitamente orientados hacia el sistema político como un todo y toman un rol activo con respecto al desenvolvimiento del mismo.
Bajo este paradigma, parece que el estado de Hidalgo sigue en la óptica parroquial. Es decir, la política que se realiza se hace con esquemas anquilosados, viejas formas, señales que son propias de un régimen que está en sus últimos días.
Muestra de lo anterior, es que la designación de candidatos dentro de los partidos político se asemeja más a un cónclave papal, que a un ejercicio democrático donde los ciudadanos tienen una participación activa.
Todo lo contrario, las costumbres dictan que los aspirantes están atentos a los humores de la élite política para ganar su gracia y posteriormente su bendición que haga posible encabezar los proyectos del partido en la siguiente elección.
Este lenguaje, en su forma y en el fondo, refleja lo mismo que se viene haciendo desde hace décadas en el país y que ahora se acentúa a nivel estatal. En donde, cabe la aclaración, hay un desfase con las formas en que se relaciona el poder político y la sociedad.
Regresando a la dinámica local, lo que tenemos en estos días en el estado de Hidalgo es un nuevo capítulo en la designación del candidato. Esto en el marco del otrora partido dominante (PRI). Aquí lo tradicional parece que llega a su fin, con una ruptura sin precedentes.
Por principio, será la primera vez que abiertamente competirá en la contienda un candidato (en este caso candidata) que no obedece a la designación del gobernador. Es decir, dentro del PRI, el titular del ejecutivo local queda al margen de las decisiones.
Pero ni por asomo se considere que Omar Fayad será solo un elector más. Nada más alejado de la realidad. Ocupará un papel clave e incidirá directamente en el resultado. La interrogante es hacía dónde dirigirá sus baterías.
Mientras eso se resuelve hay otra cosa que se puede destacar. Estamos acudiendo al final del trabajo institucional de los partidos políticos. Porque ahora esa vieja retórica de los principios, la ideología, los colores, etc; pasa a otro terreno donde el pragmatismo lo puede todo.
El ejemplo práctico es que la candidata del PRI será postulada por el PAN, para que una coalición, en donde forma parte el PRD, pueda cubrir las formas necesarias y encabezar ese proyecto que lastima a la militancia local de esos partidos.
Y quizá la peor amalgama está por venir, en donde un partido sin definición ideológica clara como Movimiento Ciudadano, podría postular a un priísta. Eso para dar un escenario donde los partidos políticos no pueden generar sus propios cuadros y tienen que echar mano de políticos, que corren por vías distintas sin compromisos definidos a un instituto político.
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