El domingo pasado ocurrió una vil manifestación del peor lado que tiene la política. En la casa de campaña de una candidata, se colocó un mensaje intimidatorio y soez que pretende manchar el proceso electoral en aquel lugar.
No es la primera ocasión que al interior del estado de Hidalgo, se llevan a cabo estas prácticas. Aunque por lo general se utilizaban panfletos, fotos alteradas, mensajes escritos y otras bajezas que buscan enrarecer el ambiente político. De cualquier manera, no deja de sorprender este nivel de competencia.
Para aquellos que les gusta jugar con estos métodos vale la pena recordarles que, sobre esos impulsos por obtener el poder a toda costa, existe una larga historia de derechos políticos. Entre ellos, destaca la violencia política de género. Cuestión que se presenta en este caso y que vale la pena resaltar.
Más allá de la asignación de género, lo que resulta muy difícil de entender son aquellas fobias políticas desahogadas a través de amenazas de muerte, odio, difamación y otras ignominias.
Por desgracia también hay que mencionar que estas prácticas se han utilizado como estrategia para ganar reflectores y desviar la atención. Es decir, haciendo apuestas muy arriesgadas, se buscan métodos extremos para hacerse pasar como víctima, perseguido, amenazado etc.
En el caso que nos ocupa todo parece indicar que la intensidad de las campañas llegó al extremo. Por eso, grupos que no juegan limpio quieren opacar un proceso electoral. Para ellos, hay que decir que la lucha por el poder en México ha dejado un buen número de sacrificios la mayoría de ellos por los canales institucionales.
No hay otra forma para dar certeza a la continuidad institucional que la asignación del poder a través de elecciones limpias y equitativas. Si lo que buscan estos grupos es incidir en la decisión de las personas es probable que funcione, pero no abonan en nada al desarrollo de una cultura política democrática.
Por muy complejo que parezca el camino de la democracia (lento y gradual) es el mejor para la estabilidad política. Y ésta empieza en los grupos primarios (familia) y los secundarios (amigos, escuela etc.) y se consolida en la vida comunitaria.
Por tanto, no son muy productivas las manifestaciones antes descritas en tiempos electorales. Generan confusión y las aguas se agitan de tal manera que muy pocos se podrían decir satisfechos con los resultados.
También se han presentado casos en donde estas estrategias logran exactamente lo contrario. Es decir, generan empatía con las personas que se reconocen con los agraviados. Entonces, los que al parecer tenían que padecer los costos políticos de un ataque a ultranza salen beneficiados.
Ojalá que en los días por venir tengamos un intercambio de altura de ideas y menos muestras de bajo nivel en la contienda electoral. Lo merecemos todos, pero sobre todo lo necesitan los políticos en general quienes desde hace años viven en medio de un gran desprestigio social.
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