Iniciando el año nuevo, muchos de nosotros generamos buenos propósitos, de los más comunes es bajar de peso, si es que nos encontramos excedidos en kilos, estas intenciones surgen usualmente después de la rosca de reyes o de los tamales de la candelaria. Existen infinidad de “dietas milagrosas”, que solo confunden a las personas y que no son las más adecuadas, ya que no están pensadas en la individualidad de la persona o en lo específico de cada paciente. La dieta de la luna, la de la sopa de col, la de los jugos, la de la toronja, la dieta de choque y, de las más recientes la dieta del Dr. Atkins, la South Beach y the Zone, las cuales son muy bajas o nulas en hidratos de carbono y muy altas en proteína y grasa. Este tipo de dietas prometen ser mágicas, eficaces y tan rápidas que se pueden perder hasta 5 kg en 7 días. El problema con todas estas dietas falaces es que en su mayoría no están científicamente probadas ni aceptadas, generalmente se basan en recomendar el consumo de un alimento en específico y prohibir el consumo de otros. Las dietas que han tenido mucha aprobación son las dietas cetogénicas, es decir, son muy altas en proteínas y grasas, lo cual se ha visto que puede provocar cansancio, fatiga y riesgos al organismo a largo plazo; al no proporcionar glucosa al cuerpo se empieza a sacar energía de otros lados y como consecuencia hay una producción de cetonas, las cuales promueven la deshidratación y por esto se pierde peso. Las cetonas pueden ir al riñón y causar un daño irreparable y aún más grave al cerebro. La dieta debe incluir mínimo 100 gramos de hidratos de carbono, para obtener la glucosa necesaria que se usa como energía diariamente. Aumentar el consumo de grasas y limitar el de hidratos de carbono provoca que aumenten los valores de grasa en la sangre (colesterol, triglicéridos, LDL) teniendo un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, cáncer o diabetes. Por lo general, al principio, las dietas muy reducidas en calorías producen una pérdida de peso que es resultado de esta restricción. Sin embargo, al poco tiempo se produce un “efecto rebote” que hace que recupere el peso e incluso llegue a ser mayor que antes. Esto sucede porque la mayor parte de la pérdida de peso no se produce por la reducción de la grasa corporal sino de agua y glucógeno (fuente de energía que se repone con facilidad con las comidas). Además, cuando el organismo se encuentra frente a una disminución brusca en la ingesta de calorías (menos de 1000 kilocalorías diarias), se defiende gastando menos energía y almacenando grasa para sobrevivir con menos comida. Pero más tarde, cuando, inevitablemente, se retoma una alimentación más habitual, el cuerpo continúa aún con su sistema de “bajo consumo”, sigue almacenando energía y gastando menos, lo que conduce a un nuevo aumento de peso. Las consecuencias de las “dietas milagrosas” pueden ser deficiencias de vitaminas y minerales, mayor riesgo de osteoporosis, disminución de la masa muscular, alteraciones del sistema inmune, frustración de no poder controlar el peso, mayor nivel de estrés y cuadros depresivos. Dentro de los efectos secundarios este tipo de dietas, podemos encontrar una diversidad de efectos colaterales que resultan dañinos para nuestra salud, por ejemplo, baja presión arterial, náuseas, vómitos, diarreas, constipación o estreñimiento, insomnio, irritabilidad, ansiedad, sequedad y pérdida del cabello, además de fragilidad de las uñas, depresión y distorsión de la imagen corporal. Para tener mejores resultados y perder peso se sugiere comer con más frecuencia considerando porciones adecuadas, evitar los ayunos y las dietas muy bajas en kilocalorías, haciendo pequeñas y refrigerios cada 3 o 4 horas se mantiene el gasto energético más alto. Que este año nuevo el mejor propósito sea cuidar su alimentación y su salud.
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