Por Arturo Hernández Cordero

Existían grandes expectativas en torno a la reunión bilateral sostenida por el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador y su homólogo estadounidense Joe Biden, a principios de semana dado el enorme intercambio comercial y demográfico entre México y los Estados Unidos, además de los grandes retos que ambas naciones enfrentan en materia de migración, seguridad interna e inflación.
Con respecto al tema de la migración, se esperaba que López Obrador pudiese gestionar la entrega de visas de trabajo a un importante número de mexicanos (con todos los beneficios que esto supondría en cuestión de entrada de divisas a México) y tocar el tema de una posible reforma migratoria que lograse regularizar la situación de más de 10 millones de connacionales en EE.UU., a la vez que por parte de Biden, se esperaba que este lograse negociar un replanteamiento de la estrategia de seguridad pública del gobierno de AMLO para aminorar la migración forzada por la violencia hacia los Estados Unidos, y a la vez reducir la creciente entrada de fentanilo y otras sustancias nocivas al país vecino.
No obstante de las mencionadas expectativas, lo que se tuvo es una mera visita protocolaria, que trascendió sin pena ni gloria; con ambos mandatarios mostrándose reservados al momento de establecer acuerdos bilaterales potencialmente beneficiosos para ambas naciones.
En materia económica, Biden obvio los efectos de su irresponsable política monetaria y asistencialismo desmesurado y afirmó que la actual inflación que castiga a las economías estadounidense y mexicana, es producto de los efectos de la pandemia y la guerra en Ucrania.
Ninguno de los dos mandatarios se atrevió a prever que la inflación en la región norteamericana, descienda en un futuro cercano por una simple razón: ni Biden ni AMLO están dispuestos a disminuir el gasto público en sus respectivos países para que esto suceda.
Pese a sus diferencias iniciales, AMLO y Biden tienen en común la tendencia de no asumir la culpa de sus malas desiciones gubernamentales. Con suerte, ambos terminarán sus mandatos en 2024 y los dos países podrán replantear estrategias para encarar sus retos en común

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