Por Arturo Hernández Cordero
El pasado 22 de marzo se suscitó en Moscú, capital de Rusia y ciudad más poblada de Europa, un ataque adjudicado a terroristas islámicos. Aunque en primera instancia, desde el Kremlin se especuló que el ataque que cobró la vida de más de 140 espectadores de un concierto de rock, se trataba de un ataque perpetrado por terroristas afines a Ucrania y Occidente, con el paso de los horas se dio a conocer que había sido llevado a cabo por fundamentalistas islámicos provenientes de Tayikistán, afiliados al aún existente Estado Islámico.
Los responsables del tiroteo están siendo puestos a disposición de las autoridades rusas desde la semana pasada y a día de hoy suman nueve los detenidos, no obstante, Rusia se enfrenta a un enemigo dentro de sus fronteras que desde hacía tiempo ya se daba por extinto: el fundamentalismo islámico de ISIS.
El ISIS (Estado Islámico por sus siglas en inglés), tiene a Rusia por objetivo dada la intervención de esta última en la guerra de Siria y el apoyo proporcionado a las fuerzas militares del dictador Bashar al-Ásad.
Esto se agrava aún más teniendo en cuenta que aproximadamente el 10% de la población rusa profesa la religión musulmana y en zonas del país tales como Daguestán o Chechenia, existen una gran cantidad de ciudadanos rusos partidarios de la llamada “guerra santa” que profesa el Estado Islámico.
En resumidas cuentas, Rusia tiene dentro de sus fronteras una cantidad considerable de potenciales perpetradores de actos terroristas, ante lo cual el presidente Vladimir Putin tiene a día de hoy las manos atadas dada su estrecha relación con el líder musulmán checheno Razmán Kadírov, quien ha fungido como uno de los hombres de confianza de Putin en la guerra con Ucrania.
Ahora, con Rusia como objetivo principal de ataques terroristas por parte del Estado Islámico, el Kremlin tiene por resolver una nueva problemática interna que se suma a las tensiones existentes dentro de la cúpula militar rusa por las dificultades en la invasión a Ucrania, las tendencias independentistas de regiones del Cáucaso y la cada vez más latente guerra en contra de la OTAN. Retos ante los que Putin se ha mostrado errático y negligente.