Como se venía pronosticando en las encuestas, los votantes de Hidalgo le pusieron fin a 93 años de dominio priísta en la entidad. Lo hicieron como dicta el mecanismo democrático, utilizando la poderosa arma del sufragio. 

De esta manera, el 2022 pasará a la historia como el año de la alternancia local en una entidad que mantuvo un férreo control por élites. Esa presencia, se logró gracias a las malas formas del priísmo anacrónico de mitad de siglo pasado.

Para muestra, decir que una sola familia (Rojo – Lugo) se hizo de ocho gobernadores. Entre primos, sobrinos, tíos; cuando esa baraja se agotó vinieron los amigos, los compadres y los compromisos. Le siguieron los leales y subordinados, pero el punto es que la rotación del poder se quedó en un grupo reducido.

No obstante, las buenas historias también tienen un lado obscuro y la anhelada alternancia no se logra con un cuadro formado en la izquierda pura y dura. Al contrario, la fractura vino de adentro. Es decir, el cambio se logra con un perfil creado en el viejo sistema, que ahora es abrigado por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

Aun así, el mensaje es contundente. Tal como lo vaticinó en su momento Arnaldo Córdoba, quien hace décadas aseguraba que un sistema político como el mexicano solo podía quebrantarse por dentro. Solo un priísta puede derrotar a otro priísta.

Tras años de espera esa lectura se hace indispensable en Hidalgo. Llego el cambio en las urnas, pero hay un compromiso de transformación y de cambio, que debe ser cristalizado por todos los ciudadanos.

El despertar de la ciudadanía hidalguense se tiene que reflejar en una nueva forma de hacer política, se deben de erradicar los gastos suntuosos en la administración pública, se debe de poner orden adentro y fuera del gobierno.

Mientras eso ocurre, vale la pena llamar a la unidad. Lo que se hizo desde otras expresiones políticas fue muy arriesgado. Tratar de alterar la realidad, hacer creer que las personas apoyaban a un régimen corrupto, hacerse pasar como alternativa nueva y distinta.

Todo lo anterior trae como consecuencia, heridas abiertas en una sociedad no acostumbrada al cambio político. Por tal motivo, valdría la pena poner la lupa para observar la actitud de los que se creían invencibles, de los que nunca habían perdido, de los pedantes que no aceptaron lo que estaba enfrente de sus ojos.

Por principio de cuentas, el PRI pierde uno de los territorios más fieles, semillero de políticos que tuvieron alcances nacionales, de caciques que perdieron la brújula, de aquellos que se enquistaron en la montaña pensando que nunca perdería sus privilegios.

Por fin, el estado de Hidalgo se sube al tren del juego político nacional, donde ganan unos y pierden otros, pero que al cabo del tiempo se cambia la configuración. Es decir, donde no hay eternos ganadores ni perdedores.

En esta coyuntura bien vale la pena pensar en un estado pujante, con alternativas para todos, con desarrollo, con empleo, con visión de futuro. Hay mucho por hacer y hay que hacerlo a partir del día de mañana.

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