La vida es como un jardín lleno de flores y frutos, y cada uno de ellos crece a su propio ritmo. Si prestamos atención, cada uno brota en distintas estaciones mismas que les otorgan características específicas; en el caso de las mandarinas, su esencia base, de octubre a marzo, es el color y su dulce sabor.

Siguiendo este enfoque, algunos frutos brotan temprano y alcanzan su esplendor antes que los demás, mientras que otros, con calma y paciencia, toman su propio tiempo para estar listos. Y así mismo veo reflejada la vida de las personas, cuando no sabemos qué hacer o simplemente cuando se trabaja tanto, que pareciera que el final nunca llegará o que jamás se podrá alcanzar.

Así como hay frutos que maduran lentamente en los árboles, cada etapa en nuestra vida tiene su momento perfecto y aunque a veces deseamos que todo ocurra más rápido, la esencia de la madurez está en saber esperar y confiar en que lo que debe llegar, llegará cuando sea el momento adecuado.

Imagina por un momento un atardecer dorado y entre las manos una mandarina; ¿puedes imaginar ese color brillante y llamativo?, ¿qué me dices de la fragancia fresca al rozar su rugosa pero suave piel? La imaginación nos hace enfocarnos en el encanto de la existencia, en ese momento de luz sin importar el caos innecesario de la vida. Es por eso por lo que pienso que, si la vida nos diera siempre mandarinas, sería como un encuentro casual con la belleza que nos rodea, algo que, sin esperarlo, al tocarlo todo cambiaría.

Pero el ejemplo de usar mandarinas no es casualidad, he de confesar que disfruto de comer todo tipo de frutas, pero por alguna razón, sin pensarlo, comencé a romantizarlas y estas se volvieron mis favoritas.

Al limpiar una mandarina y comenzarla a comer, cada gajo entre las manos se vuelve una promesa de que todo en la vida, incluso lo más tierno, puede desmoronarse sin perder su esencia. El jugo que cae dentro de la boca y que a veces escurre entre los labios y los dedos que la tocan, es una explosión de frescura, una caricia al alma, como si cada gota te hablara de las pequeñas alegrías que, aunque a menudo nos pasan desapercibidas, están allí para rescatarnos cuando más lo necesitamos.

Imaginemos que cada mandarina es una metáfora del amor: a veces dulce, otras veces ácida, pero siempre con la capacidad de sorprendernos. Como en las relaciones, hay momentos en que el fruto parece algo simple y cotidiano, pero en su interior guarda un mundo de emociones, una danza de sabores y sensaciones que solo el corazón puede comprender. Lo sé, posiblemente sea una analogía muy romántica, pero la vida, al regalarnos mandarinas, creo que nos enseña, de cierta manera, a apreciar la imperfección y a encontrar lo hermoso en lo inesperado.

Entonces, si la vida te da mandarinas, piensa que es una invitación a detenerte, a sentir la naturaleza de lo efímero y saborear lo que tienes entre las manos antes de que se deslice entre los dedos. Será un recordatorio de que, en medio del ruido y las prisas, hay pequeños instantes llenos de magia, capaces de darnos una dulzura infinita, si solo nos permitimos vivirlos con el corazón abierto.

Recordemos que los momentos y las personas somos únicos. Aprovecha cada instante y si la vida te da mandarinas, sácale todo el jugo posible.

Por Victoria Galindo

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