Hace un par de semanas descubrí el término «turofilia» y lo consideré perfecto para emplearlo en este artículo.
Y es que un turófilo o una turófila es la persona que ama comer queso, y aprovechando la víspera navideña y mí gran amor al queso, que creo les ha quedado bastante claro en el transcurso de mis artículos, hoy haré una mención especial, ya que es Navidad.
En la mayoría de los países europeos, durante la época de invierno y principalmente en esta época navideña, son los platillos calientes los que abundan. Hablando específicamente de Francia, podrán adivinar que de las cosas tradicionales para comer es efectivamente el queso. Y así es como le damos la bienvenida a “la raclette”, uno de los platillos más populares de invierno en Francia dónde el queso fundido es el rey.
La receta original proviene de la Edad Media, donde consistía en fundir queso cerca de fuego abierto y rasparlo posteriormente del plato. De esta manera continuó hasta que en los años 70, se produjo la máquina de “raclette grill tefal”, un aparato tan básico en los hogares franceses como el comal de tortillas para nosotros en México.
Esto facilitó el consumo, principalmente por las “coupelles” que son como pequeños sartenes para colocar las rebanadas de queso y de este modo, cada persona puede individualmente fundir sus porciones.
Probablemente, el único queso para la raclette es aquel con denominación de origen que lleva su mismo nombre: “le Raclette du Valais AOP” de Valais, Suiza. Sin embargo, los franceses con tanta variedad de quesos en su territorio a veces se ponen creativos y mezclan otros tantos producidos en la región.
Entonces, para poder disfrutar verdaderamente de este majestuoso ejemplar culinario, yo lo recomiendo en casa, por lo que es necesario un anfitrión.
Para mi fortuna en mi primera vez no tuve uno sino dos, una pareja de amigos que viven a las afueras de Paris y que además de invitarme a su casa para disfrutar tiempo juntos fuera del trabajo, siempre estaban dispuestos a compartir sus tradiciones francesas con los demás.
Así que nos pusimos de acuerdo, mi amiga Fer y yo, con un saco de papas y una botella de vino, tomamos un tren hacia las afueras de Paris. Al llegar, nuestros amigos fueron a recogernos a la estación del tren de Saint- Gratien, que estaba muy cerca de su casa, pero la amabilidad va siempre primero.
Y después de la narrativa de nuestra aventura durante el trayecto, estábamos hambrientos y listos para la cena.
Aún recuerdo la mesa que estaba llena de diferentes ejemplares de la charcutería francesa, que ellos habían aportado, y la voz de Camille explicándonos como comer… Tanto fue el disfrute de esa noche, que nos quedamos a dormir. Y lo repetimos después en diferentes ocasiones.
Para mí, fue una primera vez sumamente emocionante, no solo por la buena compañía y el abasto de queso, sino por el intercambio cultural que surgió de un pequeño acto de amistad, como introducción a las tradiciones francesas navideñas. Además de ser de mis mejores recuerdos junto a ellos. Los quiero amigos.
Joyeux Noël!

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