Iniciamos el mes de julio. Para muchas personas aún hay tareas y planes por entregar, pero para otras ya están con la cuenta regresiva para salir a pasear, pues las vacaciones de verano están por llegar.
“Vacaciones” es sinónimo de “tiempo libre” y la mayoría, lo ocupamos para ir a la playa o visitar alguna otra ciudad, aunque hay personas que de vez en cuando, también invertimos el tiempo para aprender algo más; por ejemplo, un nuevo idioma.
A propósito, los cursos de verano para aprender francés están a punto de comenzar. Si vives en París o conoces a alguien por ahí, esto les podría interesar.
Aprender francés ha sido de las experiencias más divertidas en toda mi estancia en Paris. Me hice de muy buenos amigos y conocí barrios nuevos, todo esto iniciando curiosamente con un curso de verano.
Me habían platicado de los cursos de idiomas que brindaba el ayuntamiento o “la mairie de Paris”. Estos cursos son populares entre los extranjeros, principalmente por la alta calidad de enseñanza y el costo accesible, que está por debajo del costo de las instituciones que se dedican a enseñar francés. Aunado a sus casi 140 sedes alrededor de toda la ciudad.
En textos anteriores, les he contado de mis aventuras por el barrio de “Belleville”, que fue el lugar donde tomé el primer curso de verano para aprender francés y que además, es una de mis zonas populares favoritas, debido a que muchos de mis amigos vivían por ahí.
Sin embargo, en esta ocasión les narraré sobre “Arbalète”, un punto del 5ème arrondissement dónde continué mis estudios de nivel B1 en francés.
Como un corte comercial, este texto está inspirado en mi amiga Ingrid, que tras estar platicando durante la semana sobre los cursos, ayudarla y esclarecer algunas dudas, confundí a “Alesia” con “Arbalète” y de ahí esta historia.
Mis clases de francés eran por la tarde, Así que terminando la pausa después del trabajo, tomaba mi bicicleta y me iba rumbo a la escuela. Saliendo de mi estudio, iniciaba la rodada casi siempre frente a “Le Bon Marché” desde la rue de Sèvres, y al llegar a la esquina, giraba a la derecha para continuar por el boulevard Raspail.
Ese trayecto era corto, pero lindo, pues estaba lleno de pequeñas boutiques. Al llegar a la florería “Monceau Fleurs”, me desviaba hacia la izquierda en la rue de Vaugirard y después continuaba derecho por la rue d’Assas. Luego, una de mis partes favoritas, pues en este camino pasaba por la rue August Compte, que se encuentra a un costado del Jardín de Luxemburgo y a menudo, me detenía unos segundos para tomar alguna fotografía contemplando el cielo, los árboles y los edificios. ¡Me encantaba el lugar!
Después cruzaba el boulevard Saint-Michel siguiendo por la rue de l’Abbé de l’Épée, que a mi parecer esta última es como un largo y oscuro callejón. Por cierto, a este callejón lo recuerdo con mucha vergüenza y es que, como muchos ya conocen mi torpeza, un día iba pensando tal vez en “l’amour parisien” y sin verlo venir, una chica me tiro de la bicicleta. Yo tardé en reaccionar, no porque me haya desvanecido, sino porque seguía toda distraída, pero recuerdo a la gente preocupada empezándose a acercar. Creo que esa graciosa anécdota se las contaré en otra ocasión, lo importante es que nadie se lastimó.
Y entonces, siguiendo con mi historia, una vez pasado todo el callejón, me incorporaba a la rue Gay-Lussac donde dejaba de pedalear, ya que la calle estaba inclinada y me iba a toda velocidad continuando por la rue Claude Bernard sin parar.
En la esquina, justo antes de girar a la rue de l’Arbalète, donde está la escuela que lleva su mismo nombre, se encuentra “Le café d’Avant” el cual se convirtió en mi parada obligatoria antes de mis clases de francés. El lugar es muy popular con un estilo típico parisino. En cada barrio hay un café favorito.
Y aunque después de un tiempo las clases se pasaron en línea, y yo prefiero en presencial, aún me quedan las ganas de continuar con los cursos y seguir descubriendo los alrededores de ese “arrondissement”

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