Hace unos días, falleció Carlos Romero Deschamps, quien fuera durante 26 años dirigente del poderoso Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), un gremio con enorme transcendencia en el país y quienes fueron por décadas aliados del régimen priísta.

Su vida al igual que su deceso, estuvieron marcados por la obscuridad más que por las acciones a favor de sus agremiados. En sentido metafórico, Deschamps siempre miró hacia arriba y olvidó a los de abajo. Es decir, prefirió a la élite del poder que a los trabajadores de petróleos mexicanos (PEMEX).

Ese modus operandi se tradujo en cargos de elección popular. Gracias a las bondades del sistema, fue diputado federal tres veces y dos veces senador por la vía plurinominal con el entonces omnipotente Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Lo anterior, sin competir con nadie derivado a que su nombre figuraba siempre en las listas nacionales que le permitieron brincar de la Cámara de Diputados a la de Senadores, para gozar –al menos eso se decía–, del fuero constitucional que tienen estos representantes.

Con ese margen de maniobra, se convirtió en uno de los operadores políticos más rentables del PRI. Porque su influencia le alcanzaba para inclinar la balanza para el lugar que le indicara la dirigencia nacional de su partido.

Sin embargo, su coto se vio mermado con un bochornoso capítulo que ensombreció la vida nacional, aquel conocido como el Pemexgate, donde se comprobó un desvío recursos para respaldar la candidatura presidencial de Francisco Labastida Ochoa en el año 2000.

Una vez que esa campaña la pierde el PRI, el entonces Instituto Federal Electoral (IFE), dio a conocer la responsabilidad del citado desvío por 1,500 millones de pesos, lo que se convirtió en la multa más alta impuesta desde la autoridad electoral a un partido político en México.

Tres años después, la entonces Procuraduría General de la República –en un entendido de corte político- exoneró a Romero Deschamps de supuestos delitos de peculado y peculado electoral. Sin embargo, fue hasta 2011 cuando el proceso fue finalizado de manera inapelable.

Otro episodio del nacido en Tampico, Tamaulipas, fue anticipar en diciembre de 2017 su reelección como figura número uno del sindicato, lapso que concluiría en 2024, sin embargo, declinó en su intención. Se opuso a una posible jubilación recibiendo de esta forma su salario. En marzo de 2021, dejó esa posición laboral por la que llamó “voluntad propia”.

Lo anterior, es decir, la supuesta versión de su retiro voluntario fue una puerta de salida que se le brindó desde el poder. En lo que aparentemente fue un pacto para que dejara el sindicato y procurar un cambio en la cúpula gremial. No obstante, los enterados aseguran que el sustituto obedece a los intereses de Romero Deschamps.

El jefe de los trabajadores de Pemex siempre estuvo en el ojo del huracán, se le señaló como instigador de actos ilícitos. A la par, nunca se mostró un documento que avalara estudios de licenciatura, según se apunta en el Sistema de Información Legislativa. Sí se indicó que era egresado de la institución EBC de Tampico, aunque esta nunca ha tenido campus en esa ciudad. También se suma que en el Registro Nacional de Profesionistas, no arroja ninguna información al respecto.

A lo anterior, se suma el estilo de vida de su familia: abundante en recursos financieros. En febrero de 2013 se difundió que su hijo José Carlos Romero Durán, contaba con un vehículo que se valuó en casi dos millones de dólares. En 2019, la revista Forbes cuestionó que al menos 11 de sus familiares, eran parte de la plantilla de Pemex y que en conjunto percibían 700 mil pesos mensuales.

Todavía en el imaginario colectivo, se mantiene intacta la vida de opulencia que llevaba su hija cuando el occiso declaró un sueldo de 24 mil pesos al mes. Cuestión que no concuerda con las fotos en redes sociales que compartía la joven en un yate que su padre le obsequió, valuado en más de 16.4 millones de pesos y donde viajaba con sus mascotas y bebiendo champagne.

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