Que México tiene una de las democracias más caras del mundo ya lo sabemos, pero lo que pocas personas conocen es que de acuerdo a datos del propio INE, se destinará en promedio $282 pesos por votante para la organización electoral del 6 de junio solo en Hidalgo.
Si la lista nominal en la entidad es de dos millones 240 mil 325 personas, sólo en la organización de la elección de diputaciones federales (que incluye la compra de insumos como papel seguridad, la impresión de votos, o la capacitación de funcionarios de casilla) nos va a costar a las y los hidalguenses unos 600 millones de pesos, lo que equivale al doble del presupuesto que recibe anualmente la Secretaría de Seguridad del estado.
Por tanto debe ser motivo de preocupación que el bajo interés en las campañas electorales se traduzca, de nuevo, en una baja asistencia a las urnas, no únicamente porque se trata de una obligación política y social, sino por el desperdicio de los recursos públicos que representa y que bien podrían servir para resolver otros problemas públicos.
Pero la apatía no es una casualidad. En vez de propuestas se han multiplicado recursos de impugnación ante los tribunales electorales locales y federales, las protestas, los golpes bajos, “fuego amigo”, que han profundizado la división partidista y el desencanto ciudadano.
Ni que hablar de las campañas, un espectáculo mediático en el que se repiten las mismas escenografías, los mismos mensajes, las mismas fotos con el pulgar arriba, mientras que los que se atreven a “innovar” se dedican a presentarnos a su familia hacer bailes o coreografías.
Si dejamos al margen la guerra de lodo y la escasez de ideas, el altísimo costo de las elecciones deberían motivar a las y los candidatos, para que tomen en serio su papel y aborden los problemas de la gente, como la pérdida de empleo, la falta de ingresos, la inseguridad, la falta de medicamentos, los efectos de la sequía en el campo. Repito, nos va a costar $282 pesos per cápita, no nos merecemos lo que hasta ahora estamos viendo